Les ataron las manos, para que no pudieran resistirse. Les
embadurnaron con harina y huevos, en plan 'novatos empanados', y después
les obligaron a beber ingentes cantidades de alcohol mediante un
embudo. Era el 'día de la integración' y casi antes de pisar la
Universidad, varios jóvenes tuvieron que pisar el hospital. Cuatro
ambulancias se desplazaron la madrugada del pasado viernes al campus de
Vegazana, en León para trasladar de forma urgente a cinco estudiantes
con comas etílicos, inconscientes ya cuando llegaron los sanitarios. Han
recibido el alta, pero la subdelegación del gobierno ha informado de
que investigará lo ocurrido y la forma de erradicar las novatadas.
Comienza el curso.
Ya alzan la voz, baja, pero aún no se atreven a
dar la cara. Avanzan un paso al frente, pero no salen de la zona de
sombra. Pronuncian con rotundidad algunos nombres, pero prefieren
ocultar el suyo. Son pocos, pero ayudan a muchos. Son los
novatos que dijeron "no" a sus veteranos y ahora denuncian lo mal que lo pasaron, pero desde el anonimato.
Lidia,
que en su vida real no se llama así, es una de estas "valientes", como
ella misma se considera. Tiene 19 años y una timidez desconcertante. Se
toca el pelo o juega entrelazando sus manos cuando habla y cuenta las
cosas muy despacio y muy bajito, pero con mucha seguridad. Vino del
norte a la capital para hacer medicina. Y antes de que pudiera empezar
con la teoría y estudiar un sinfín de síntomas, los aprendió en la
práctica:
la angustia, la ansiedad, el insomnio, la tristeza, el malestar general...
Fue
el año pasado. Recuerda la inconsciencia -en todos los sentidos- del
primer día que pisó un Colegio Mayor de Ciudad Universitaria en Madrid,
un centro que sus padres habían buscado exhaustivamente para que ella
cumpliera su sueño, aunque nada más llegar se convirtió en su pesadilla.
Recuerda el arrepentimiento posterior, la sensación amarga y duradera
de haber hecho algo que no quería y la determinación, firme, de que no
se volvería a repetir.
"Con 18 años tiran mucho las relaciones
sociales y más si llegas a una ciudad sola, pero...no así, no a
cualquier precio". Sentada en unas escaleras, rememora para EL MUNDO al
inicio de este curso cómo empezó el pasado. "Mis padres miraron muchos
colegios y se decidieron por éste (prefiere no nombrarlo), en el que las
novatadas estaban prohibidas. Hablaron con la directora por teléfono y
les aseguró que no había... pero nada más llegar, nada más dejar las
cosas en mi cuarto, un chico mayor nos dijo a los nuevos, que éramos
unos 40, que bajáramos, que así nos conocíamos,
que habían organizado unos juegos de iniciación".
Y
claro, bajaron. Todos. "Te pilla de sopetón, acabas de entrar, quieres
integrarte, hacer amigos y además sabes que estás en un sitio sin
novatadas. Pues vas. Nos llevaron a un parque en el que se hace botellón
y nos hicieron beber muchísimo, pero muchísimo. Era casi obligatorio.
Acabé tan mal que me quedé medio inconsciente. Fue horrible. Mi familia no supo nada de mí desde las cuatro de la tarde que llegué hasta muy pasada la medianoche".
La decisión
A partir de ese momento, Lidia, con su voz dulce y sus dedos temblorosos, sabía que tenía dos opciones:
"O hacer las novatadas o no hacerlas y atenerme a las consecuencias".
Eligió la segunda. Y llegaron las consecuencias. "Me negué y me
insultaban a mí y a mi grupo de amigas. Lloraba por las noches. Pero
seguía negándome y eso les fastidiaba aún más". No eran cosas graves ni
fuertes, "pero yo me negaba a todo. 'Hazme la cama', 'límpiame la
habitación', 'vete a hacerme un recado a tomar por saco', 'retírame la
bandeja'... Y yo que no y que no. Erre que erre. Son cosas sin
importancia, pero no las hacía", dice.
Luego estaban "las
duchas de agua fría, lo de rapar el pelo a los chicos, comer comida de perro, quitarle las cejas a las chicas....
y el correctivo de beber un cubo de agua hasta que vomitabas. Jo, no
tienes que humillarte para hacer amigos. Prefería estar sola. Pero es
una decisión difícil", cuenta sin arrepentirse de haberla tomado.
A
los tres meses, Lidia se fue del colegio. Se cambió a una residencia en
la que la vida se hizo fácil desde el principio. Su apoyo principal en
los días de novata fueron sus padres. "Hay gente que lo pasó muchísimo
peor porque no se atrevían a contárselo a los suyos. Yo sí. También
se lo dije a la directora, pero me pedía que aguantara, que ya quedaba poco, que sólo iban a durar un mes más... Se quitaba el bulto de encima".
La
situación le afectó a los estudios. Y al sueño. Lo ha dejado atrás,
pero no quiere que quede en el olvido, porque muchos chicos sufren lo
mismo y en silencio. "Somos muy pocos los que nos atrevemos a decir algo
públicamente, tres contados, pero muchos los que lo pasan mal. Se habla
mucho del
bullying pero las novatadas se toleran y se ven
bien, incluso como algo gracioso, porque están muy arraigadas. Pero si
lo pasas mal con ellas, aunque sean tonterías, aunque sea pintarte la
cara para salir, si no quieres hacerlo no deberías tragar".
Lidia
sabe que muchos de los novatos que entraron con ella ahora van diciendo
que "fue la mejor época de sus vidas", pero cuando piensan en si lo
repetirían, "entonces todos dicen que no. Que no volverían a pasar por
eso. Pero
es un círculo vicioso, porque cuanto peor lo han pasado más afán de venganza tienen
y más novatadas hacen cuando son veteranos", reconoce. Por eso pide
"tolerancia cero" con las novatadas. "Yo lo pasé mal, pero ahora estoy
contenta conmigo misma y es importante decirlo".
Ante la pregunta
de por qué no da la cara, deja claro que "no es por miedo, eh. No tengo
miedo de encontrarme con quienes me hicieron la vida imposible. Pero
prefiero no salir, sobre todo por el tema de las redes sociales y eso,
que luego te insultan, te buscan... Ya sabes".
Fuente: El Mundo